¿Feliz 2017? No, gracias

Si algún historiador, publicista o lo que sea me pudiera decir cuándo surgió la idea de desear un feliz año X, lo agradecería. Los chanchullos de la industria de la felicidad son una de las cosas que más me inquietan desde hace unos años, y creo que, simbólicamente, todo empieza justo el 1 de enero de cada año.

Pienso en mi abuelo, que murió la madrugada de un 1 de enero, y no creo que nunca se planteara un año feliz. Al contrario, adivino que la mayor parte de su vida lo único que deseó es que llegara el año en que no comiera cada maldito día arroz con alguna legumbre y otro pescado que no fuera bacalao.

Ayer, 30 de diciembre, acompañé a una amiga y su familia en la pérdida de una tía que decidió quitarse la vida lanzándose al vacío desde su ventana, siendo aún muy joven. Allí no había nadie feliz y no empezarán el 2017 felices.

Hace quince años, unas semanas antes de Navidad, un camionero bebido arrollaba el coche de mis tíos. Una de las hermanas de mi madre murió cuando aún no había cumplido los cincuenta. Aquellas no fueron unas felices fiestas para ninguno de nosotros y la familia se rompía.

Hoy, definitivamente, nos anuncian que le quedan pocas horas de vida a la abuela de mi mujer, como una madre para ella, súper Benita, seguramente una de las personas más auténticas que he conocido. Este fin de año no será feliz para nosotros.

¿Y qué?

Yo no quiero un año feliz

No.

Por mucho que insistan la feli-industria, Evax y sus nubes, Mr. Wonderfull y sus tazas, y un montón de pseudo-coaches.

La felicidad no es ni una decisión, ni un hito a conseguir, ni nada parecido.

Es un estado más o menos pasajero, efímero, independiente de nuestro control y elecciones supuestamente libres. He de dar gracias a Félix Castillo por enseñarme algo tan importante.

Y es un producto que está haciendo muchísimo daño, generando la idea de que si uno no es feliz es porque no quiere o, peor aún, porque es un inútil e incompetente. Total, cientos de libros de autoayuda nos dicen cómo ser felices. Solo hay que aplicar la fórmula del cuidado personal, la inteligencia emocional, la meditación y encontrar tu pasión, ¿no? Y aún así pasamos días, semanas, meses o incluso años más tristes que felices. Mira que somos lerdos…

Un año comprometido

Es lo único que puedo desear, para mí y para los demás.

Primero, teniendo más o menos clara cuál es la dirección a seguir, algo que llamaremos valores.

Segundo, teniendo más o menos clara la incertidumbre que gobierna la vida y asumirla como que «es lo que hay», venga lo que venga, a veces más cerca de la felicidad y la alegría y otras más de la tristeza, la rabia o el dolor, algo que llamaremos aceptación.

Y tercero, lo más importante, tener más o menos clara la siguiente acción a ejecutar, el siguiente paso que dar, coherente con los valores y aceptando las circunstancias, aunque sea no hacer nada, pero hacerlo, sí o sí, algo que llamaremos compromiso.

Es el carpe diem renacentista, el just do it de Nike, el por mí que no quede de Homo Mínimus.

Si hay dirección, aceptación y compromiso, a la felicidad le pueden dar por culo.

¡A por el 2017!

¿Feliz 2017? No, gracias