Son:
1. El día que un cliente te dice que quiere aprender. No que quiere que le entrenes. Que quiere comprender y comprenderse, conocer y conocerse, mover y moverse.
2. El día que un cliente te dice que está siguiendo la programación y hace los ejercicios que tocan, que está poniendo toda la carne en el asador, que se está responsabilizando, que está comprometido con su camino, que por fin te tiene como lo que eres, un guía, un tutor o un profesor, y no un sherpa de su salud o un contador de repeticiones.
3. El día que un cliente te dice que se encuentra mejor, que ha recuperado la sed de moverse espontáneamente, que ha priorizado el movimiento por delante del inglés, la cervecita, la televisión, el último best seller y los compromisos sociales vacíos, que tiene más ganas de moverse que de no moverse, que está integrando el movimiento en su día a día, y que no solo lo ha entendido teóricamente, sino que está experimentando a nivel práctico que hacer ejercicio no es suficiente.
4. El día que un cliente te dice que lleva un tiempo investigando otras disciplinas, que ha encontrado diferentes visiones tan o más interesantes que la tuya, que está probando cosas nuevas por su cuenta, que está sumergiéndose en el universo del movimiento y que empieza a adivinar tus límites.
5. El día que un cliente te dice que ya no te necesita. Reconoce tu labor y, según él, le has cambiado la vida, despistado y sin darse cuenta de que la ha cambiado él, día a día. Y además te da las gracias, sinceras.
La clave es el primer día, el punto 1.
El resto son consecuencias naturales, si se hace bien el trabajo.
Qué poquitas veces pasa.
Y qué bien sienta.
O no.
Rober Sánchez