Sanidad pública. ¿Barra libre o ahí te pudras?

Sólo pensando…

Guerra de bandos. Blanco o negro. Unos o ceros. Todo o nada.

A un lado, ahí te pudras. Tú te lo buscas, tú te lo pagas.

Al otro, barra libre. A esta, y a todas las que quieras, invito yo.

Como en casi todo lo que rodea a lo público y universal, defendido a ultranza especialmente por el funcionariado –»no me toques lo que no suena, chaval»– y aquellos que «lucharon» para conseguir lo que hoy tenemos –un panorama esperanzador, ¿eh?–, parece que dentro de la matriz, la caja, la ratonera, la domesticación y el esclavismo edulcorado y encubierto de nuestros días, éste es uno de esos temas intocables, incuestionables, sobre todo para los progres y humildes trabajadores que tanto han sudado para conseguir una pensión que triplica o más el salario mínimo, una segunda residencia en Torredembarra y el domingo en el cine a 10 euros la entrada.

Lo reconozco, sin vergüenza, sinvergüenza. Soy bastante lerdo, no acabé la carrera y, en mi volátil opinión, un solo cerebro no tiene suficiente capacidad para analizar algo tan complejo –salvadores del mundo…–, al menos el mío.

Sé el cambio que quieras ver en el mundo. ¿Serás pedante? ¿Por qué el mundo debiera ser como tú quisieras?

Aún así, me surgen algunas cuestiones en torno a la sanidad pública, sinceras y con cariño, que distan de sentenciar a nadie.

¿Por qué el resto de ciudadanos tienen que pagar las consecuencias de mis vicios, mi falta de responsabilidad o mi desidia? De verdad. ¿Por qué?

¿Por qué tengo que pagar yo por los suyos?

Nací con las leyes hechas.

En una democracia justa y libre, ¿no sería más justo y más libre que nos explicaran, por ejemplo, los chanchullos del lobby médico, farmacéutico y alimentario, del que salen bastante mal paradas las arcas públicas, y entonces nos preguntaran, uno por uno, si queremos pagar o no?

Alguien me impuso el impuesto sin preguntar. Impuesto impuesto. Impuesto al cuadrado, que jode más.

Todos, servidor incluido, conocemos nuestros derechos.

Derecho a cigarrito, a cervecita, a comida de mierda, a pasar horas y horas espachurrado en el sofá, y a gastar mi tiempo y mi dinero en lo que me dé la gana, que para eso trabajo –o no– y para eso pago mis impuestos. Y derecho a médico, que se me olvidaba.

Ahora bien… ¿Qué hay de nuestros deberes? ¿De mis deberes? ¿De tus deberes?

Honestamente, ni tengo las respuestas, ni me sitúo en ningún bando, ni encuentro a nadie que me represente.

Acabaremos quedando bien.

La culpa es de los políticos…

 

O no.

Rober Sánchez

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