O como mínimo enfermo.
Recuerdo, antes de nada, que este es un blog personal, experimental, y que en ningún caso debería generalizarse lo que digo, por favor, ni interpretarse como un elogio del amimefuncionanismo.
Sólo cuento historias. Mis historias. Que cada uno haga con ellas lo que quiera.
Son ya seis años desde que empecé a hacer oídos sordos tanto a la rumorología como a las recomendaciones nutricionales de las autoridades sanitarias. Visto el panorama, decidí investigar por mi cuenta, experimentar con lo que encontraba –como ya había hecho anteriormente con el veganismo, crudivorismo, dieta mediterránea, etc.– y poner en práctica un estilo de vida teóricamente más acorde con nuestra naturaleza evolutiva, siguiendo las bases de la medicina evolucionista, y sí, en un principio atraído por la paleodieta, aunque desde hace ya bastante tiempo me he declarado paleoaburrido, sobre todo por la corrupción mercantil del concepto y el dogmatismo de algunas fuentes.
Según los mitos y creencias de la sabiduría convencional –acuñada por Mark Sisson–, y teniendo en cuenta que este ensayo personal ha durado suficiente tiempo como para extraer ciertas conclusiones –más de un lustro–, yo ya debería estar bastante enfermo o, como mínimo, predispuesto a padecer cualquier anomalía relacionada con una nutrición desequilibrada y un ejercicio físico inadecuado. Sin embargo, ha ocurrido todo lo contrario.
¿Cómo? A eso vamos.
Lo que dejé de hacer y que supuestamente debería hacer para estar sano
· Comer cinco veces al día con tal de aportar la energía necesaria a mi organismo, mantener cierto ritmo metabólico –para no engordar– y evitar la ansiedad del hambre.
· Incluir todos los macronutrientes en cada comida para llevar una dieta equilibrada.
· Respetar la proporción 65% de hidratos de carbono, 20% de proteínas y 15% de grasas en la dieta –o repartos semejantes 5% arriba o abajo– para cubrir las necesidades de cada macronutriente.
· Beber dos litros de agua diarios, aún sin tener sed, para mantener el equilibrio hídrico.
· Evitar el consumo de grasas saturadas para conservar unos niveles de colesterol adecuados y no engordar.
· Minimizar el consumo de carne, especialmente roja, a la vez que incrementar el consumo de proteínas de origen vegetal, de un potencial proteico similar al de los alimentos de origen animal.
· «Desayunar como un rey, comer como un príncipe y cenar como un mendigo» o considerar la comida más importante del día al desayuno nada más levantarse para prepararse para las necesidades de la jornada.
· Hacer ejercicio cardiovascular de larga duración –de media hora para arriba– a diario para compensar las calorías que entran y quemar grasas.
· Acudir a un gimnasio, practicar algún deporte o fortalecer la musculatura mediante ejercicios analíticos y un entrenamiento guiado, dividido y planificado.
En definitiva, los típicos consejos de «comer de todo con moderación», la dieta mediterránea y la pirámide nutricional clásica promovida por autoridades sanitarias y gobiernos, sumado a la actividad física propuesta por el fitness convencional.
Lo que he estado haciendo
· Comer vegetales, hortalizas, frutas, carne de todo tipo, pescado, marisco, huevos y frutos secos. Minimizar el consumo de granos cereales, legumbres y lácteos pasteurizados. Reducir notablemente el consumo de alimentos procesados.
· Sustituir hidratos de carbono por grasas como fuente principal de energía la mayoría de días, excepto algunos días de recarga o refeed, así como aumentar levemente el consumo de proteínas, especialmente de animales alimentados con pasto y criados al aire libre. A ojo, las proporciones habituales rondan el 20% hidratos de carbono, 40% proteínas y 40% grasas. Cuidado, no soy un lowcarber-fan.
· Enfatizando el punto anterior, aumentar considerablemente el consumo de grasas saturadas a base de aceite de coco, aceite de oliva, aguacate, ghee y alimentos de origen animal, como por ejemplo el tocino.
· No preocuparme por si todas las comidas incluyen cada uno de los macronutrientes.
· Por lo general, comer sólo cuando tengo hambre, dos o tres veces al día.
· No desayunar hasta después de mi práctica de actividad física movimiento habitual. La primera comida del día la hago entre las 11:30 y las 14 horas. La última, en los últimos meses, sobre las 21.
· Beber sólo cuando tengo sed. No tengo ni idea si alcanzo o supero los dos litros de agua. Depende del día y de lo que haya hecho. En verano o cuando me muevo mucho bebo más que en invierno o cuando me muevo poco.
· No hago ejercicio cardiovascular sostenido de larga duración, sino entrenamientos interválicos de alta intensidad basados en la locomoción natural o en rutinas gimnásticas. No obstante, realizo sesiones diarias de entre una y tres horas de movimiento consciente y lento, y uso excepcionalmente el coche o el transporte público. Voy a todas partes andando o en bicicleta.
· No hago ejercicio muscular analítico o dividido en grupos o funciones musculares. Ahora bien, me muevo absolutamente todos los días, sin días de descanso, alternando juegos, método natural, ejercicios de gimnasia de suelo y anillas, patrones de yoga, Pilates o artes marciales, y un largo etcétera. En definitiva, me muevo de la forma más diversa posible.
Lo que me debería haber pasado
· Debería estar hecho polvo. Debería sentirme fatigado, falto de energía, apático, desconcentrado, deprimido y desmotivado.
· Debería estar enfermo. Debería haber cogido de todo en los últimos años debido al desequilibrio de mi dieta, con el supuesto daño al sistema inmunológico que tal desequilibrio hubiera ocasionado.
· Debería estar ansioso. Debería morirme de hambre durante el día, mientras que al cabo de tres horas de no comer debería dolerme la cabeza y estar de muy mal humor.
· Debería tener unos análisis nefastos. Deberían haber aumentado mis niveles totales de colesterol y, sobre todo, haberse desequilibrado mi ratio HDL:LDL. Debería tener mi sangre cargada de triglicéridos y mis indicadores proteicos por la nubes.
· Debería estar gordo –alrededor de lo más de cien kilos que pesaba con veinte años.. Tantas grasas saturadas sólo deberían haber tenido una opción, acabar en mi barriga, provocándome una obesidad central característica del síndrome metabólico.
· Debería sentirme muy mal porque, como todos sabemos, el cuerpo nunca engaña y, aunque dicen que hay anomalías asintomáticas, nuestro cuerpo siempre nos avisa de algún modo de que algo no va bien, como mínimo manifestando alguno de los síntomas conductuales e inmunitarios que mencionaba en los primeros puntos.
Lo que me ha pasado realmente
· Me siento como nunca antes me había sentido. Tengo energía, plena atención y concentración, un plus extra de motivación por encima de lo que suelo ver a mi alrededor. De hecho, todo eso que decía que «me debería haber pasado» es lo que me pasaba antes, con ciertos matices. Ahora ya no. Evidentemente, tengo altibajos. Por dios, no os creáis que ni mi vida ni la de ningún blogger superchachipiruli es perfecta. Pero, sin ninguna duda, al menos en mi caso es mejor que la de hace unos años.
· No he enfermado en mucho tiempo. La última vez que lo hice seriamente padecí una gastroenteritis por comer unas ostras en mal estado, hace ya esos seis años. Algún resfriado ha caído, y también alguna fiebre de invierno, pero no ha durado más de un día, o dos como mucho. Una leve alergia al pelo de animal ha mejorado considerablemente y una queratosis pilar que padecía en los brazos ha desaparecido por completo.
· He regulado mi ansiedad impulsiva por comer, así como mi apetito. Puedo estar un día entero sin comer y sin padecer dolor de cabeza, decaimiento, cambios en mi estado de ánimo, ansiedad… Puedo realizar actividad física muy intensa en ayunas durante horas sin notar pérdidas de energía, fuerza o pájaras.
· Mis análisis son estupendos, incluso mejores que los de antes, en especial en relación a la proporción HDL:LDL y la glucosa. Todos los parámetros están en orden.
· He perdido algo de peso, unos seis kilos, mientras que ha aumentado mi masa muscular y mi fuerza máxima, así como han disminuido mis niveles de grasa corporal. Llevo unos tres años manteniéndome bastante estable en este sentido, alrededor siempre de los ochenta kilos.
· Resumiendo, mi bienestar, salud y calidad de vida han mejorado notablemente.
Conclusiones
No soy médico ni especialista, así que no puedo explicar por qué ha ocurrido todo esto ni extrapolarlo con absoluta garantía de éxito para todo el mundo. De hecho, sigo buscando a alguien que me explique detalladamente cómo ha sido posible que haciendo todo lo contrario a lo que supuestamente debería hacer me encuentre mejor que antes.
Lo que sí soy es una persona curiosa, con cierta capacidad crítica –especialmente hacia mí mismo–, y sin ningún miedo a cambiar, a ver las cosas desde otro punto de vista, a no aferrarme a las creencias y mitos que corren desde la calle hasta las fuentes más prestigiosas y reputadas, y sobre todo a experimentar.
Comiendo así ya debería estar casi muerto, pero resulta que estoy más vivo que nunca.
O no.
Rober Sánchez