«La medicina y la salud, por su propia esencia, están sometidas a cierto grado de incertidumbre, tanto porque la ciencia no tiene todas las respuestas para nuestros problemas de salud (todavía), como por nuestras propias limitaciones como médicos, a la hora de estudiar, actualizarnos y retener el conocimiento existente. Y, muchas veces, los médicos no nos damos cuenta de esta incertidumbre con la que trabajamos, gracias a que en las facultades de medicina no sólo no se nos habla de la incertidumbre, sino que se cultiva la llamada certeza dogmática, es decir, que lo que se nos cuenta en clase va para el examen y es la verdad absoluta. La mayoría de los médicos tenemos el sentido crítico atrofiado, además de creernos geniales.» – Doctor Álvaro Campillo en su blog personal Lo que su médico no sabe
Muchos médicos no saben más que lo que les enseñan en la facultad
Matizo:
· Los médicos son personas, no dioses. Sólo personas. No está de más recordarlo.
· Digo muchos porque sé que no todos. Nunca podemos generalizar. Afortunadamante hay algunos que están dispuestos a seguir aprendiendo cuando acaban la carrera, o incluso a estudiar paralelamente algo diferente a lo que determina la doctrina universitaria. Bravo por ellos.
· Lo que acabo de decir es aplicable a todo el mundo en todas las profesiones. Abogados, economistas, maestros, dietistas, arquitectos, fisioterapeutas, ingenieros, psicólogos… Independientemente de la carrera que se haya elegido, cuando uno sale de la facultad ha pasado como mínimo cuatro o cinco años de su vida escuchando lo mismo, día tras día. Entonces, es lógico y comprensible que uno pueda quedar atrapado en ciertos dogmas y que no sea capaz de ver más allá de estos, y ni mucho menos plantearse la posibilidad de que aquello que le han repetido hasta la saciedad pueda ser totalmente erróneo. Obviamente, yo también me incluyo en este grupo.
Veredicto:
· No culpables. Mucha gente me pregunta cómo es posible que su médico, por ejemplo, siga diciéndole que las grasas saturadas son malísimas o continúe recetándole estatinas para controlar su colesterol cuando no hay ninguna evidencia de su efectividad, mientras sí que las hay de los perjuicios que pueden provocar. Es fácil de entender; es lo que les han enseñado.
· Responsables. Que uno no tenga la culpa no quiere decir que deje de ser responsable. Al final de esta reflexión se entenderá.
Me explico:
Y antes de seguir quiero insistir en algo. Este post no es un ataque contra médicos o dietistas. Más bien al contrario. Es una defensa. Me da la sensación que últimamente se les ataca demasiado, mientras que entiendo que no tienen ninguna culpa de hacernos ciertas recomendaciones que, desde mi punto de vista, no tienen razón de ser. Lo queramos o no, ellos también forman parte del sistema.
Ellos simplemente nos transmiten los mensajes que les han inculcado en la universidad y realimentado en congresos, financiados la mayoría por la industria farmacéutica, durante años.
Es por eso que la mayoría de médicos y dietistas siguen erre que erre con lo mismo:
· Hay que comer cinco veces al día.
· La carne roja provoca cáncer.
· El desayuno es la comida más importante del día.
· Si te duele la espalda lo mejor que puedes hacer es nadar.
· Hay que beber dos litros de agua diarios aunque no tengas sed.
· Tienes que seguir los parámetros recomendados por la pirámide nutricional.
· Para adelgazar debes comer menos y hacer más ejercicio.
· Una dieta rica en grasas daña tus arterias y aumenta el riesgo de que padezcas un infarto.
· Invertir más dinero en sanidad pública mejora el estado de salud de los ciudadanos.
Siempre ha ocurrido lo mismo. Los griegos fueron los primeros en poner en duda el dogma de la Tierra plana, pero no fue hasta muchos siglos después cuando se aceptó y confirmó la idea de que la Tierra es esférica. Por el camino, muchos fueron censurados –aquí censura es un eufemismo; no quiero ni imaginarme lo que debieron hacerles.
Ahora pasa lo mismo. Existen una serie de creencias básicas, las que se enseñan en la facultad, que no dejan espacio y ahogan cualquier otra idea diferente. Las hogueras quedaron en el olvido, pero lo que está claro es que como te atrevas a cuestionar la doctrina universal ni te van a dar el título universitario –no aprobarás el exámen de dietética como incluyas tocino en la pregunta del «menú ideal»– ni te van a dejar en paz si es que lo consigues –como está pasando con Dukan, Cordain, Atkins, Lindeberg en el extranjero, o mucho más cerca con Álvaro Campillo, Arturo Goicoechea o Juan Gérvas.
Cuando la base de la educación y el aprendizaje debería ser cuestionarse y preguntarse todo lo que nos enseñan, nuestro sistema aboga por lo contrario: escuchar, repetir y callar.
Es curioso que, tan científicos que son ellos, hayan olvidado uno de los aspectos más importantes de la ciencia: las preguntas. A cierta edad, cuando uno ya no es un niño, alguien que está aprendiendo debería cuestionárselo todo, preguntarse el porqué de lo que le están enseñando, ponerlo en duda y llegar hasta el final del asunto o, en algunos casos, el principio, como por ejemplo para comprender cómo se originó el odio a las grasas.
Un claro ejemplo es lo ocurrido con la demonización del huevo, hasta hace bien poco uno de las garantías de padecer aterosclerosis, y su reciente resurrección, hoy considerado un superalimento y un equilibrador del colesterol notablemente eficaz.
No podemos cerrarnos en banda. No podemos leer, estudiar, investigar una sola cosa. Debemos estar abiertos a todo, tener en cuenta diferentes puntos de vista, contrastar la información que nos llega y experimentar con todo ello para extraer conclusiones después de, como mínimo, haber explorado todos los territorios.
Y en este sentido los médicos lo tienen realmente difícil. Creo que empezamos a vivir un cambio histórico en el ámbito del conocimiento, ya que éste está creciendo mucho más rápido que lo que cualquier persona pueda absorber. Hace poco leía en un periódico algo así como que «en tercero de medicina, los conocimientos que el alumno adquirió en primero ya están desactualizados».
Insisto. No son culpables, pero sí deben ser responsables, responder ante esta situación. Como cualquiera de nosotros, como un mismo servidor.
Todos recibimos una educación, a todos nos inculcan unas creencias. ¿Qué culpa tenemos? Ninguna. Es lo que hay.
¿Cuál es nuestra responsabilidad?
· Dudar. Algo tan fácil como comprender que, igual que pasa en una casa y como todos sabemos, papá no siempre tiene razón.
· Experimentar. Por seguir con la metáfora familiar… Salir de casa sin el permiso de los padres, saltarse las normas de vez en cuando y darse cuenta de que tal vez hay otro mundo que no nos han mostrado que quizás es más coherente que éste.
¿Y la culpa?
Sería fácil seguir diciendo que la culpa viene de más arriba, del sistema. Pero ¿quién forma el sistema? Otra vez, nosotros.
Los alumnos de hoy, los que todo lo creen y nada cuestionan, son los maestros de mañana. Si no están dispuestos a abrir su mente y cambiar, ¿qué creemos que van a seguir enseñando?
Yo no soy ni médico ni experto ni nada, pero por lo que veo cada día en mi trabajo –relacionado con la salud– como por lo que leo fuera de la onda expansiva de los medios masivos, no es oro todo lo que reluce en el campo de la medicina, sobre todo en cómo se aplica y en las medidas de salud pública que se llevan a cabo, que valen un dineral, por cierto.
Necesitamos, todos, en este caso concreto tanto médicos como pacientes, más espíritu crítico, menos ego, más responsabilidad propia y, más que nunca, una mente más abierta, despierta.
O no.
Rober Sánchez