(Hace mucho mucho tiempo, en una galaxia muy muy lejana…)
Son las 2:13 de la madrugada del sábado 29 de enero de 2011. No puedo dormir. Montse, una compañera de mi mujer, ambas maestras, ha venido a cenar a casa con su marido Martín y su hija Farners. Los tres adorables. Realmente ha sido una de las mejores cenas que he compartido en casa, por la compañía y por la conversación.
Entre filosofada y filosofada, intentando arreglar el mundo, el debate se ha ido centrando en encontrar el lugar donde verdaderamente se puede generar el cambio, que no es más que la base de nuestros valores, comportamiento y formación como seres humanos: la educación. Y Martín ha planteado un par de preguntas muy interesantes: “¿qué profesor fue el que más te marcó? ¿por qué?”.
Mi mente no ha tardado ni 1 nanosegundo en reproducir su imagen en lo más profundo de mi nervio óptico, provocándome casi una alucinación. Era él, lo he visto allí mismo, en el comedor, enunciando “b: oclusiva bilabial sonora”. Mi respuesta estaba cantada. Fue mi profesor de lengua castellana y catalana en 7º y 8º de E.G.B. –hace unos años la educación primaria en España. Su nombre: Miquel Àngel Bosch.
No quiero desmerecer a ninguno del resto de profesores que he tenido durante toda mi vida. Sé que he aprendido algo, sea mucho o poco, de cada uno de ellos y que probablemente todos dieron lo mejor de sí mismos en cada clase que recibí. Lo valoro, y mucho. Pero, lógicamente, de algunos guardo mejor recuerdo y tal vez de otros no tanto. Tampoco es significativo. El hecho es que, si tengo que elegir cuál de ellos marcó más mi paso por la escuela, no lo dudo, fue él.
La primera pregunta ya estaba resuelta. Pero, ¿y la segunda? ¿Por qué marcó tanto mi educación? ¿Porque me enseñó la clasificación de los determinantes? ¿Porque me ayudó a diferenciar la è de la é –acentos catalanes–? ¿Porque casi me obligó a aprenderme de memoria la clasificación de las oraciones subordinadas?
Nada de eso. Analizo el porqué esos dos años disfrutando de sus clases se quedaron grabados a fuego en mi memoria y concluyo en que no fue para nada por los conocimientos que adquirí en lengua, que fueron muchísimos. Y ahora, releyendo la frase anterior, me doy cuenta de que ya se me ha escapado una pista de dicho motivo en un sólo verbo: disfrutar.
Más pistas:
Valores
Miquel Àngel me enseñó lo que son la responsabilidad, la constancia, el esfuerzo, la disciplina, la pulcritud, el trabajo bien hecho, la organización, la estructuración, el análisis, etc. Cada semana, sin excepción, nos proponía un trabajo sobre un texto el cual teníamos que analizar desde la fonética, el léxico, la semántica, la morfología y la sintaxis. Esa misma semana se corregía en clase y se debatía. Y para el lunes siguiente el trabajo tenía que estar perfectamente corregido y pasado a limpio. En el momento de la entrega volvía a proponer un nuevo trabajo sobre otro texto. Y así, semana tras semana durante todo el curso.
En definitiva, unos fundamentos, una manera de hacer las cosas que no sólo me ayudarían a comprender la lengua y cimentar mi expresión oral y escrita, sino que me servirían para cualquier tarea o actividad de mi vida. Serían útiles y perdurarían siempre.
Pero esto no fue lo mejor…
Emociones
Así es. Sus clases, su implicación, su dedicación me emocionaban, me removían. Yo, con trece años, aún no lo sabía, no lo entendía. Hoy sí lo sé. Por entonces sólo veía encima de la tarima a un señor cincuentón con barba de marinero y fama de sargento moviéndose de un lado a otro de la pizarra provocándome, llamando constantemente mi atención, incitándome a analizar el porqué de cada cuestión, dándome ladrillos para que yo construyera mi propio criterio, preocupándose porque entendiera bien todos los conceptos, obligándome a razonar mi opinión y escuchar la de los demás, etc.
Y a pesar de momentos de cierto estrés, incluso de lágrimas algún domingo a última hora porque no creía acabar a tiempo el trabajo para el lunes, estudiar lengua me gustaba. No, no me gustaba. Me entusiasmaba. Disfrutaba como un niño –lo que era en ese momento.
Tanto me cautivaban sus lecciones que las aprendí para siempre. Jamás desde entonces, y de esto ya hace dieciocho veintidós años, he vuelto a estudiar el cuadro de los pronoms febles del catalán, y podría escribirlo ahora mismo. Nunca he vuelto a hablar de la sonoridad, el punto y el modo de articulación de una consonante, y recuerdo perfectamente que la te es oclusiva dental sorda. Y todo esto tiene aún más mérito teniendo en cuenta que soy de ciencias, y de las puras.
Estoy convencido de que, al igual que ha pasado con otros profesores, cursos y materias, si Miquel Àngel no se hubiera volcado de esa forma en sus clases, si no me hubiera incitado a involucrarme tanto en el estudio, si no hubiera transmitido emociones en sus lecciones despertando a su vez emociones en mí, no recordaría con tanta claridad todos esos conocimientos. Es más, ¿y si todos los maestros lo hubieran hecho?
El (E)motivo
El resultado es obvio. Miquel Àngel me enseño muchísimas cosas buenas y útiles, ya sea refiriéndome a lengua, valores o emociones. Hasta aquí, probablemente, ya había cubierto con creces su función de maestría. Pero él dio un paso más. El fue un educador. Miquel Àngel nos enseñaba y nos daba herramientas para algo que tenemos que hacer todos, ya seamos de ciencias o de letras, ingenieros o poetas. Me enseñó a sentir emociones mientras hacía mis “obligaciones” –por aquel entonces estudiar. Miquel Àngel me enseñó a VIVIR.
APRENDEMOS Y RECORDAMOS LO QUE NOS EMOCIONA
No pretendo dar lecciones a ningún maestro. Ellos saben mejor que yo lo que tienen que hacer –zapatero a tus zapatos. En realidad esta historia tiene moraleja para cualquier persona, se dedique a lo que se dedique…
Si implico emoción, si pongo pasión en lo que hago, aquello dejará huella, ¡seguro! Y despertará emociones en los demás. Y no lo olvidarán nunca.
En cambio, si no hay emoción… el tiempo… el viento…
Gràcies, Miquel Àngel! ¡Gracias, Miquel Àngel!
Rober Sánchez