Experimentos locos: Apagar la tele por la noche

¿Experimentos locos? Claro. ¿No hay que estar loquísimo para apagar la tele por la noche? ¿Qué vamos a hacer sin ver la tele?

Si leíste La gran aventura de comer y cenar cara a cara, ya sabes por donde van los tiros.

En realidad éste fue el primer paso de un gran cambio en nuestra vida y convivencia: deshacernos del televisor. Como sabemos que obtenemos mejores resultados cuando cambiamos de manera paulatina, no era cuestión de quemar la tele el primer día. Así que nos animamos a llevar el cambio parcialmente, es decir, de noche.

Antes

Miro atrás y me veo llegando a casa. Son las 21 y pico y la cena ya está lista –o casi. Pongo la mesa de manera que los dos podamos ver la tele de frente. A veces está apagada; la enciendo. Otras veces ya no hace falta que lo haga. Llego justo a tiempo para ver las noticias deportivas y la previsión del tiempo. Mientras, me he ido poniendo el pijama.

Nos sentamos y empezamos a cenar. Entre bocado y bocado, voy alternando la mirada entre la televisión, el plato y mi mujer. Si tuviera que analizar mi audiencia, la televisión se llevaría el 80%, y el otro 20% quedaría repartido entre mi mujer y el plato.

Además, cada vez que la miro mientras nos decimos algo, tengo que girar mi cabeza 90º a la izquierda –y ella 90º a la derecha. Si la conversación dura demasiado, nuestras cervicales van a notarlo…

De todos modos no dura demasiado. La noticia de la semana, el fuera de juego que no era o los 2,6ºC que bajarán las temperaturas mañana –cosas “realmente” importantes– la interrumpen. Pero ¡cuidado!. Si alguien de los dos se atreve a interrumpir la voz que sale del televisor, ya está el otro al tanto para soltar “Espera, espera, que esto que dicen quiero escucharlo”.

A todo esto, acabo de engullir la cena. Al estar pendiente únicamente del televisor, prácticamente no he saboreado lo que me acabo de comer, por no mencionar la velocidad ultrasónica con la que lo he hecho. Estaba tan embobado mirando la tele que me ha dado igual si la cena estaba buena o mala, he pasado por alto el cariño con el que me la habían preparado y además no he masticado. Seguramente no me sentará bien, me costará hacer la digestión y tardaré más de lo normal en dormirme.

Terminamos de cenar. Uno u otro fregará los platos. Mientras, el que se ha librado prepara el sofá –¡tiene asientos deslizantes!– para los 30 minutos de tele que nos quedan antes de irnos a dormir. Generalmente, algún que otro programa o serie nos entretiene media horita, definiendo entretener como acción o efecto de quedarse pasmado un rato más. Si no encontramos programa entretenido, toca lo de la mayoría de ocasiones: saltar de un canal a otro sin sentido alguno. Nada de nada. 84 canales de TDT y sólo uno que me guste… Acabamos viendo vídeos musicales.

Muy pocas veces doy con algo realmente interesante, pero a veces ocurre. Disfruto, me gusta, aprendo –esto es bueno. Pero no es el momento. Toda esa información, el contenido del programa o entrevista, me ha activado. Llega la hora de acostarse, de dormir. Pero mi cabeza se ha despertado. Me duermo tarde, pero me levanto temprano, como siempre. Lo notaré al día siguiente.

Las 22:30 es la hora teórica de acostarse, pero son las 23, las 23:30, las 0:00… Apagamos la tele. Nos lavamos los dientes, ponemos el despertador a las 6:15 y apagamos la luz. A dormir.

Analizando el antes no me siento muy orgulloso. No creo que sea la manera de vivir una vida sencilla. En realidad me la estaba complicando. Podía sacarle más jugo a la noche. No desde un punto de vista productivo –había tenido todo el día para eso. Simplemente personal, emocional.

Después

O lo que es lo mismo: ahora. Ya conoces mi rutina pre-nocturna, así que no entraré en detalle. Sólo recalcar un par de aspectos:

Indirectos: los que se refieren al televisor. Se ha convertido en un recurso redundante. Otro día ya escribiré una tesis doctoral en cuanto a mi aversión televisiva –muy pero que muy poco contenido se salva. Es redundante como aparato emisor de imágenes, ya que mi ordenador las reproduce igual de bien y me ofrece otras prestaciones. Y es redundante en cuanto a contenido… Las películas, las series, los programas, las noticias, los anuncios, las entrevistas, etc. Todo lo que me ofrece el televisor, absolutamente todo, puedo encontrarlo en internet gracias a la televisión a la carta, disponible para la mayoría de canales. Además, puedo verlo cuando quiera, donde quiera, un rato hoy y otro mañana, casi sin anuncios… ¿Para qué tener televisor?

Directos: los que se refieren a mí mismo. Hablo más con mi mujer, mirándola a la cara. Cuento con su atención, como ella con la mía. Ceno lento, así hago mejor la digestión. Leo más. Me preparo las cosas para el día siguiente con calma. Dejo la casa recogida para no tener que hacerlo al día siguiente. Me entretengo con otras cosas que también me gustan y de las que saco más provecho. Me voy a dormir más tranquilo y a la hora adecuada. Todo son ventajas.

Sí, sí, todo son ventajas. ¡Y también emociones! Básicamente dos:

1. Televisor, no te echo de menos. Existe vida después de la televisión. Es más, ¡se vive mejor sin televisión!

2. Me siento mejor, en general. Un pequeño cambio afecta a toda tu vida. No hace falta que escriba los motivos, sería redundante.

Hoy no me lo pregunto yo, porque ya hace cinco años de esto. Hoy te invito a preguntártelo a ti, querido lector: ¿Te has sentido identificado en algún momento? ¿Crees que la tele resta comunicación en tu casa? ¿No estás cansado de hacer zapping? ¿De alargar la noche inútilmente para acabar acostándote demasiado tarde?

Te invito a experimentar. Sólo a experimentar. No es nada definitivo. Es simplemente un juego en el que creo que tienes mucho que ganar y poco que perder.

Pero claro, hay que estar un poco loco para estos experimentos tan raros, radicales.

 

O no.

Rober Sánchez

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