Comer no es solo comer

Los más listos de la clase, entre los que suelo colarme impulsivamente, responderían a bote pronto “Menuda perogrullada. Ya lo has dicho mil veces. Comer no se trata solo de llevar la comida a la boca, sino también de masticar, ensalivar, digerir, reposar, etc.”. No vamos mal encaminados, pero comer todavía significa mucho más, sistémicamente hablando.

Hasta hace no mucho tiempo, entre unos 5.000 y 10.000 años, el hombre participaba en todas las acciones que conformaban su ciclo alimenticio, lo que implicaba buscar, recolectar, cazar, comprobar el estado del alimento para saber si era comestible o no, transportar, limpiar, preparar, descuartizar, cortar, asar… y finalmente, comer. Visto con cierta perspectiva podríamos decir que el hombre era totalmente responsable de su alimentación.

Hoy día todo este proceso ha cambiado mucho. Primero desde la propia actividad del individuo, que a diferencia del cavernícola ya no sólo “trabaja” a cambio de comida sino de otras muchas necesidades –cada cual determina las suyas propias–, y segundo desde la estructura de la actividad social que implica el ciclo alimenticio actual, ya que la mayoría de nosotros no tenemos el placer de hacernos con nuestro alimento directamente de la naturaleza, sino después de un proceso, más o menos complejo, de producción, fabricación y distribución de alimentos. En este sentido suele cumplirse la norma de que cuanto más manipulado está un alimento y más alejados estamos de su estado natural y lugar de procedencia, menor suele ser su valor nutricional.

El lío no acaba aquí. Gracias a nuestra educación y a otros condicionantes como el trabajo y el consumismo, la alimentación ha dejado de ocupar los primeros puestos en nuestra lista de prioridades. En este sentido no hace falta regresar al Paleolítico, sino simplemente rebobinar unos 50 años atrás y observar que hasta entonces, dejando a un lado calorías, dietas y otros inventos del siglo XX, las prioridades del hombre eran comer y procrear. En cambio, y no deja de ser curioso, en la actualidad cada vez más gente ya damos por hecho que comida, aunque sea basura, no va a faltar, mientras que o bien ya no queremos tener hijos o bien nos vemos castigados por la infertilidad.

El caso es que, hablando estrictamente de alimentación, el hombre ha dejado de responsabilizarse directamente y cada vez participa menos en su ciclo alimenticio. Ya ni recoge, ni caza, ni limpia, ni corta, ni prepara, ni cocina, ni nada de nada. El que hace más suele abrir una bolsa de congelados y echarla a la freidora, aliñar una bolsa de ensalada ya limpia, cortada y mezclada, y calentar en el microondas una sopa de sobre. El que hace menos va a comer directamente al bar de la esquina o recoge el tupper de mamá todos los días.

No es que no se pueda comer puntualmente haciendo uso de este tipo de alternativas, pero cuando este comportamiento se convierte en sistemático el hombre deja de participar activamente en el cuidado de su dieta, lo que suele empobrecerla y provocar que se coma más de lo que se deba y lo que no se deba, además de verse menguado el valor nutricional total de la dieta.

Muchos de mis clientes se sorprenden, pero uno de los primeros aspectos que trabajamos cuando tratamos de mejorar la alimentación no es el comer más o menos pescado, regular los hidratos de carbono o consumir más vegetales, sino involucrarse más en todo el proceso de su nutrición y cuidado personal, un acto de autocuidado, desde el momento de decidir qué comer hasta el instante de comerlo:

1. Determinar qué vas a comer. Es muy importante responsabilizarse de esta decisión. Lo que comes no puede depender del orden estratégico de los pasillos del supermercado, de la carta del restaurante o de lo que cree mamá que debemos comer rememorando el hambre que se pasó en la posguerra.

2. Comprar la comida. Y a la vez que compras, empezar a comparar calidades y ver otro tipo de alimentos, mientras ejerces un voto respecto al tipo de comercio y alimentación que quieres para el mundo –procesados y preparados vs. ecológicos, por ejemplo.

3. Transportar la comida. Parece una tontería pero, si te fijas, todo aquel proceso de cazar, recolectar, cargar, etc. implicaba un esfuerzo físico que ha desaparecido a partir de la revolución industrial, lo cual ha propiciado el sedentarismo que hoy nos sacude. Como ya he dicho en otras ocasiones, para llevar una vida sana no hace falta ir al gimnasio siempre y cuando nuestro día a día esté caracterizado por una actividad física constante y global. Caminar hasta el mercado en vez de coger el coche, comprar a poquitos cada día y cargar con las bolsas o el carro de la compra a medio llenar puede ser un buen entrenamiento.

4. Preparar la comida. Esto es limpiarla, cortarla, empaquetarla u organizarla en los armarios y el frigorífico, etc. Todas estas acciones todavía enriquecen más el ciclo alimenticio.

5. Cocinar. ¿Qué puedo decir de cocinar tu propia comida? Es uno de los mejores ejercicios de autocuidado que se pueden practicar, además de ofrecerte la posibilidad de fluir en el presente todos los días. Cuando cocinas estás realizando un acto para ti y los tuyos, sabes que tu salud depende directamente de cómo te alimentas, y por eso lo haces con un mimo y atención especial, y todavía más cuando has participado activamente en todos los pasos previos a la cocina.

6. Llevarte la comida en fiambrera –para los que comemos fuera de casa. Si cocinar tu propia comida es el mejor ejercicio de autocuidado, éste no se queda muy lejos. Tal vez sea el acto de responsabilidad más significativo frente a las típicas excusas como el «No tengo tiempo» o «¿Cómo voy a ir cargado todo el día?».

Comer no es solo comer, sino todo lo que conlleva comer.

Involucrarse y responsabilizarse de todo tu ciclo alimenticio será la mejor garantía para cambiar tus hábitos alimenticios y alcanzar la plenitud en el cuidado de tu dieta.

 

O no.

Rober Sánchez

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