Minimalismo, una idea algo peculiar. Un concepto que sugiere básicamente una filosofía de vida tendente a minimizar posesiones y cosas que hacer y atender, aunque su valor esencial reside en maximizar la calidad de vida.
Tengo la sensación de que nuestra vida se ha convertido en una suma de excesos y carencias. Centrándonos en los excesos, es obvio que para combatirlos se necesita simplemente minimizar su impacto. Una vida minimalista puede ser la respuesta.
Otro concepto muy relacionado con el minimalismo es la utilidad o necesidad, evidentemente algo subjetivo. A menudo me pregunto: ¿Necesito/utilizo tanta ropa? ¿Tanto mueble, tanta vajilla, tantos libros? ¿Tanta tecnología, tanta conexión, tanta información? ¿Coche, ruido, gasolina? ¿Calefacción, aire acondicionado, agua, luz, energía? ¿Comer, salir, comprar? ¿Trabajar, compromisos, obligaciones? Ir tomando conciencia sobre cada una de estas cosas te ayuda a valorar lo que realmente necesitas y te es útil. Y no sólo a uno mismo. Creo que vale la pena pararse a pensar, sin ánimos de salvador de la humanidad, si tanto exceso es conveniente para el resto, el mundo, incluso la naturaleza. Somos parte de un todo, no deberíamos olvidarlo.
Menos es más, el lema del minimalismo más utilizado, para mí no es del todo acertado. Lo discuto, más que nada porque me gusta llevar la contraria. La verdad es que lo encuentro contradictorio lingüísticamente. Soy más cercano a los que usan el eslogan menos es mejor que, como en todo, tiene algunas raras excepciones –por ejemplo en la generación de ideas, como suele apunta Homo Mínimus.
Seguramente, y es por donde suele empezar todo el mundo a explorar esto del minimalismo, este menos es mejor se hace especialmente evidente en el universo de nuestras posesiones.
Como la ropa. ¿Necesito veinte camisetas? Con cinco o seis tengo suficiente. ¡Si sé que siempre me pongo las mismas! Necesito y uso mucha menos ropa de la que tengo. Me ha costado mucho dinero y ocupa mucho sitio, además de acumular mucho polvo –la mayoría de prendas hace meses que no me las pongo ni volveré a hacerlo. Es más, probablemente alguien las necesite más que yo –por desgracia hay gente que no tiene ropa.
Como el menaje de casa. ¿Necesito tres vajillas? Por si viene mi madre, por si vienen los amigos, por si viene el Papa de Roma, por si, por si, por si… Con una tengo bastante. El resto ocupa espacio y genera desorden. ¿No es absurdo estar viviendo dos en casa y tener treinta tenedores, treinta cuchillos, treinta cucharas soperas, treinta cucharas de postre y treinta cucharas de café?
Como los recuerdos y antiguallas. Los trofeos de natación de cuando tenía cinco años, la bicicleta estática oxidada de 1985 anunciada por Jane Fonda, la colección de Jacques Cousteau en VHS, etc. La verdad es que no pasa nada por quedarse con tres o cuatro recuerdos que uno considere realmente importantes, ¡pero tres o cuatro, no cien! –en mi caso, con el tiempo me he deshecho de todos. De hecho, si algún día quieres compartir uno de ellos con tus bisnietos, seguro que será mucho más bonito sentarse con ellos y describirles y dibujarles como era aquello, que no dárselo en la mano, que lo miren dos segundos y después salgan corriendo a seguir con la partida de la Play Station 27.
Como los libros, los relojes, los zapatos, los bolsos y mochilas, los CD’s y DVD’s, los apuntes de 3o de B.U.P., algunos muebles –necesitas menos mobiliario porque ya no tienes tanto que almacenar–, etc. Todo ocupa espacio, tarde o temprano todo genera desorden y suciedad por muy ordenado y limpio que uno sea, y todo vale mucho dinero que cuesta ganar con mucho trabajo.
Si no tienes tantas cosas y haces lo posible por no volverlas a tener, ahorras.
Ahorras el espacio que ocupan. Y tu casa es más amplia, luminosa, limpia y ordenada. Es fácil estar bien en casa. Es un gustazo diario llegar a casa, entre otras cosas por cuanto contrasta con el exterior. Es un descanso.
Ahorras dinero. Obviamente, si no compras cosas inútiles gastas menos dinero. Puedes ahorrarlo. O puedes gastarlo en cosas realmente necesarias.
Ahorras horas de trabajo. Si no necesitas ese dinero, puedes plantearte ¿para qué ganarlo? Y vuelves al inicio de la rueda, y ahorras más tiempo-dinero-trabajo-tiempo-dinero-trabajo-tiempo-dinero-trabajo-tiempo-dinero-trabajo-tiempo-dinero-trabajo-tiempo-dinero-trabajo…
Así que si minimizas o minimalizas posesiones, puedo minimizar espacio ocupado, gastos que no te aportan nada y horas de trabajo. Todo acompañado de menos estrés, ansiedad, sedentarismo. Suena bastante bien.
Y si minimizas espacio ocupado, gastos que no te aportan nada, horas de trabajo, estrés, ansiedad, sedentarismo… puedes disfrutar más, permitirte gastos más provechosos, pasar más tiempo con tu gente, practicar más tus aficiones o ayudar altruistamente a los demás. No suena bastante bien, no. ¡Suena muy bien!
Definitivamente, el minimalismo puede ser una de las claves para un bienestar pleno y una vida serena y enfocada.
Así, poco a poco, sin tirar la casa por la ventana de un día para otro, te vas planteando: ¿De qué te vas a deshacer hoy? ¿Vas a darte la oportunidad de tener más espacio, más luz? ¿Menos desorden, menos suciedad? ¿Más tiempo libre, más dinero? ¿Menos agobio, menos presión, menos exigencias?
¿Más vida?
O no.
Rober Sánchez