«When a man loves a woman can’t keep his mind on nothing else» – Percy Sledge
(Y cuando una mujer ama a un hombre, o un hombre a otro hombre, o una mujer a otra mujer).
Cuando un hombre ama a una mujer no puede tener su cabeza en otra parte.
Cuando un hombre ama a una mujer sigue siendo humano, emocional, impulsivo, muy poco racional. Se equivoca cada dos por tres, a menudo en pequeños conflictos, excepcionalmente en cosas más gordas. Sea como sea, al instante se arrepiente.
Cuando un hombre ama a una mujer puede sentirse desesperado por cualquier motivo, ajeno o no a la relación, y buscar diversas formas de encontrar placer inmediato para evadirse, como el porno, la comida, las apuestas, el alcohol, otra mujer, una maratón, el bar, la cocaína o los videojuegos. Cualquier cosa que alivie su sufrimiento. Esta situación puede durar días, semanas, meses o años. Tarde o temprano, o bien no lo soporta o bien le descubren, y confiesa, por voluntad propia o al verse acorralado. Y justo en el momento que intuye, que huele que puede perder a su mujer, reconoce que es un inconsciente, que no ha sabido gestionarlo, que ha perdido la cabeza y, automáticamente, pide perdón y se predispone a solucionarlo, cueste lo que cueste, a pesar de que incluso sea demasiado tarde.
Cuando un hombre ama a una mujer discute con ella, algunas etapas a diario, otras casi nunca. Pero discute. La forma de discutir puede variar aleatoriamente de sosegada y respetuosa a iracunda y desproporcionada. Y le grita, y le reprocha, y le echa la culpa. Los efectos de la discusión no duran más que una siesta, porque el amor que siente por ella funde el orgullo y esa necesidad tan masculina de demostrar quien la tiene más grande.
Cuando un hombre ama a una mujer se desnuda ante ella, se muestra tal cual es y como nadie más en la tierra le conoce, vulnerable e imperfecto. Llora a menudo delante de ella y comparte absolutamente todos sus miedos. Es lo único que no teme, que ella recorra sus laberintos mentales hasta el lugar más recóndito de su alma, a pesar de las consecuencias. No hay por qué esconderse.
Cuando un hombre ama a una mujer y ella sale una noche con sus amigas no puede dormirse tranquilo hasta que no vuelve a casa. No porque desconfíe, sino porque no se quita de la cabeza la remota posibilidad de que le pase algo malo cuando él no está.
Cuando un hombre ama a una mujer ella pasa a ser lo más importante de su vida. No lo único, por supuesto, pero sí lo más, por delante de padres, hermanos, amigos, mascotas. Ley de vida, de supervivencia.
Cuando un hombre ama a una mujer, queriéndolo o sin querer, por muy afeminada que se supone esta idea, da las gracias por tenerla a su lado todos los días y, como poseído por algún embrujo, se asegura de que ella sea lo último que ven sus ojos al apagar la luz antes de quedarse dormido y lo primero que buscan al amanecer.
Cuando un hombre ama a una mujer nunca presupone que el papel primordial de ella es satisfacer sus necesidades. Ella está aquí para compartir, no para servir.
Cuando un hombre ama a una mujer, en el mundo de las emociones, a-lógico y donde no existe el tiempo, la ama para toda la vida. En el universo paralelo de la razón sabe que no tiene por qué ser así, que el amor no es una cárcel y que por mil razones, la mayoría inexplicables e incomprensibles, puede terminarse, por lo que la ama al máximo hoy, aquí, ahora.
Cuando un hombre ama a una mujer la acepta tal cual es en cuerpo y alma, como ella le acepta tal cual es, en cuerpo y alma, si el amor es correspondido. Se aman por como son y a pesar de como son. Él es imperfecto. Ella es imperfecta. Su amor también. ¿Y qué?
Cuando un hombre ama a una mujer jamás, bajo ninguna circunstancia, ni en la más impulsiva o irracional, le dice que ya no la ama.
Cuando un hombre ama a una mujer la ama más que a sí mismo. El mundo puede vivir sin él. Sin ella no.
Rober Sánchez